Más allá del «Érase una vez»
Cualquier papá o mamá sabe bien lo que pasa cuando uno empieza a dar un «sermón» sobre valores: la mirada de los niños se pierde y sus cabezas se desconectan. Esto es aún más notorio entre los 8 y los 10 años. Ya no son los bebés que se asombran con todo, pero tampoco son adolescentes. Es justo la edad en que empiezan a desafiar las reglas y a construir su propio punto de vista.
Ahí es donde entra el poder de una buena historia. A diferencia de una lección directa, un cuento no te regaña ni te dice qué hacer. Solo presenta una situación, unos personajes y un problema. El niño relaja la guardia, se engancha a la trama y, sin apenas darse cuenta, empieza a entender ideas como la bondad, la empatía o la gratitud.
El atajo hacia la empatía
Explicar qué es la empatía solo con palabras puede ser complicado. Pero mostrarla a través de un relato es mucho más fácil. Pensemos en un cuento corto: el conejo se ríe de la tortuga por ser lenta (el clásico, pero con un giro diferente). Si contamos la historia desde los ojos de la tortuga —cómo se sintió al oír las burlas, el esfuerzo que puso en cada paso—, el niño deja de ser un mero observador.
Al leer o escuchar esto, el niño de 8 años se mete, literalmente, en la piel (o en el caparazón) del otro. Nadie tiene que decirle «no te burles de tus compañeros». Él mismo llega a esa idea porque sintió, aunque fuera por un momento, lo mal que se sentía el personaje. Esa vivencia emocional se le queda grabada más fuerte que cualquier castigo.
Historias para despertar la creatividad y la gratitud
La gratitud es otro valor que a menudo pasamos por alto. Vivimos en la era de la inmediatez: si queremos algo, lo pedimos y ya está. Las historias que destacan el esfuerzo detrás de las cosas, o que muestran personajes que disfrutan de lo sencillo, sirven de recordatorio.
Imagina un cuento sobre un niño que arma su propio juguete con cosas recicladas. Ese proceso de inventar, equivocarse y volver a intentar no solo despierta la creatividad, sino que también le enseña a valorar el resultado final mucho más que si lo hubiera comprado. Al contar estas aventuras, tus hijos entienden la importancia de «hacer» en vez de solo «tener».
Cómo aplicar esto en la cena o antes de dormir
No necesitas ser un cuentacuentos profesional ni tener una biblioteca gigante. Lo clave es la conversación que surge después del final. Para aprovechar al máximo estos ratos:
- Haz preguntas abiertas: En lugar de decir «¿Viste que mentir es malo?», prueba con «¿Qué hubieras hecho tú en el lugar del protagonista?».
- Conecta con la realidad: Si leyeron sobre el respeto, y ese día hubo un pleito con un hermano, usa la historia como referencia suave. «¿Te acuerdas de lo que pasó en el cuento?».
- Invítalos a cambiar el final: Si el personaje tomó una mala decisión, pregúntales cómo podrían haber arreglado el problema de otra forma. Esto también despierta su creatividad.
Las historias cortas abren puertas. Nos dejan hablar de temas importantes sin ponernos demasiado solemnes, y contribuyen a que los niños forjen su carácter de forma natural, divertida y, sobre todo, inolvidable.
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