Más allá del bronce: Darío y el sentir humano
Muchos imaginamos a los poetas clásicos como estatuas de bronce: frías, distantes y difíciles de entender. Rubén Darío, el nicaragüense que cambió para siempre la literatura en español, es la excepción. Su obra, lejos de ser solo historia, nos conecta todavía hoy con nuestros miedos, pasiones y esa melancolía inexplicable que nos asalta sin avisar.
Darío no solo fundó el Modernismo —ese movimiento que llenó de música y color las letras hispanas—, sino que se atrevió a explorar las profundidades del alma humana. Sus poemas no son solo rimas bonitas; son confesiones.
La melancolía vestida de lujo
Sonatina, uno de sus textos más conocidos, muestra bien cómo Darío usaba la belleza para envolver la tristeza. Todos conocemos su inicio: «La princesa está triste… ¿qué tendrá la princesa?». A primera vista, es un cuento de hadas con fresas, cisnes y palacios de diamantes. Pero al leer con atención, descubrimos un retrato claro de la insatisfacción crónica.
La princesa lo tiene todo, pero nada de lo que la rodea le atrae. Se siente atrapada en su propia riqueza, en su «jaula de oro». Aquí, Darío plasma esa sensación de vacío tan nuestra, ese deseo de huir a un lugar desconocido y encontrar a alguien que quizá ni exista. No es solo un poema sobre una niña rica; es sobre la soledad que se puede sentir, incluso entre mucha gente.
El miedo a la incertidumbre
Si Sonatina nos habla de una melancolía suave, el poema Lo fatal es un golpe directo al estómago. Aquí Darío deja de lado los adornos y nos confronta con el pánico existencial.
«Dichoso el árbol, que es apenas sensitivo, / y más la piedra dura porque esa ya no siente».
¿Quién no ha deseado, en un momento de dolor extremo, poder desconectar el cerebro y el corazón? El poeta envidia a la piedra por no tener que preocuparse por el futuro ni sufrir por el pasado. En estos versos breves, Darío condensa la angustia de la existencia: el terror de «ser sin rumbo cierto», el miedo a la muerte y el cansancio de cargar con la conciencia. Es una lectura cruda y sin filtros, que conecta con cualquiera que haya vivido una crisis de ansiedad a las tres de la mañana.
Ternura y garra política
Pero Rubén no era solo tristeza. En A Margarita Debayle, nos muestra su lado más tierno, contándole una historia a una niña con una espontaneidad que desarma. El poema subraya la inocencia y la imaginación, dos tesoros que a menudo olvidamos al crecer.
Además, sabía sacar las uñas. En poemas como A Roosevelt, deja a un lado los cisnes para criticar el imperialismo y defender la identidad latina. Ahí, la emoción se transforma en orgullo y resistencia, probando que el arte también es una voz fuerte.
Leer a Rubén Darío hoy no es un ejercicio puramente académico. Es encontrarse con alguien que, hace más de un siglo, ya sabía ponerle palabras exactas a lo que sentimos. Su poesía nos enseña a abrazar nuestras emociones, desde la euforia del amor hasta el miedo a lo desconocido, y nos recuerda que sentir intensamente no es una debilidad, sino la prueba de que estamos vivos.
Deja una respuesta